jueves, 12 de enero de 2012

Cuento. Made in Taiwán. Sandra Ávila

Me había presentado temprano a una entrevista, estaba desilusionada porque había rebotado en muchas, y había gastado el poco dinero que me quedaba, más el dinero que había pedido prestado para salir a buscar trabajo, la fila de postulantes era larguísima, muchos de ellos salían a fuera con cajas, cosa que en ese momento pase por alto. La sala de espera que funcionaba también como oficina estaba completa. Porque estaba allí, no lo sé, el aviso del diario no especificaba muy bien. Solo sé que tendría una entrevista. Se escuchaba bastante barullo, por momentos sospeche que el jefe no estaba y adentro estaban de farra, supuse que se trataba de una secta, por la forma en que gritaban, saltaban y se escuchaban cánticos, algunas personas que también esperaban en la sala para ser entrevistadas salían despavoridos al escuchar el griterío, yo me quede, ya estaba allí, si ellos se van más posibilidades tengo de ocupar el puesto- pensé. Estaba por leer una revista y me llamaron, después de la entrevista con unos empresarios mexicanos pase a otra sala un poco más grande donde un muchacho morocho vestido de traje con un extraño acento me solicito que lo acompañase, salimos con unas cajas grandes y nos dirigimos a el ascensor, enseguida saco unas hojas de coca del bolsillo y empezó a masticar, tenia los dientes verdes ¿a dónde vamos? Estamos haciendo estudio un de mercado por la zona, me dijo que era mexicano, después supe que era mentira-salimos a la calle y muchos de ellos aún estaban intentando convencer a otros del entrenamiento, lo acompañe solo debía observar, me pareció extraño pero pensé que esa sería mi forma de aprender, dos horas más tardes yo también estaba vendiendo productos Made in Taiwán a cualquier individuo que se me cruzada por la calle. El sistema de venta americano no tenia fallas, se basaba en visitar la mayor cantidad de personas, revertir la negativa porque decían el no ya lo teníamos y con ese sistema inteligente podíamos vender piedras, sonrisa en la cara, contacto visual. Comprobé que era cierto, la gente con la que me cruzaba en la calle le hacia el speech y la estadística: diez de cada ocho me compraba, creo que todavía algo de dinero la gente tenía, todavía no había llegado la crisis, a pesar de que esos productos truchos podían adquirirse en los negocios de todo por dos pesos, la gente era macanuda y nos compraba. A las seis de la tarde estábamos otra vez de vuelta rindiendo cuentas con la recepcionista que esta vez hacia de despachante y nos cobraba los productos. Una vez un policía de civil me detuvo en Barracas porque no tenía las boletas, me llevaron a la comisaria, pero esa es otra historia.


Imágen de esta entrada Isidoro Reta Duarte http://www.isidoroilustraciones.blogspot.com.ar/

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