jueves, 17 de junio de 2021

Adrenalina. Sandra Ávila

 

 
Cuando todavía iba a la primaria, salía hacer mandados que mi madre me pedía. Mi vecina tenía un nombre ruso, ¿Qué clase de nombre es ese?, pensaba. Jamás había escuchado un nombre similar…por aquí todas son Natalia, Marcela, María, Fernanda, Vanesa y la lista podría volverse infinita pero, jamás Anastasia, yo nunca había escuchado o conocido a una nena con tal nombre. 

Después que nos hicimos amigas jugábamos en la veredera perfectamente  encerada por su madre. No fuimos amigas desde el minuto cero, no. Primero tuve que aguantar un par de cosas extrañas. Pase por sus achurías, le llegue a tener miedo mucho miedo. 




Cuando iba hacer los mandados que me pedía mi mamá muchas veces pensé en dar toda la vuelta manzana para no encontrármela. Pero las cuadras eran largas y fácilmente me hubiera perdido, y demorado y seguramente mi madre me hubiera gritado por tardar tanto en un simple mandado.

La cosa es que una de las tantas veces la nena de nombre raro, jugaba a la vuelta de casa con su mejor amiga que al momento de escribir esta historia no logré recordar su nombre, por años intenté recordar pero si hasta el día de hoy lo logre no creo que sea posible tal cosa. Estas dos se juntaban a jugar, eran carne y uña. Cuando yo las veía me paralizaba, el corazón me hacía como descarga de electricidad, eso era miedo.




Yo caminaba mansa, ellas no me quitaban la mirada, sus  ojos  apuntaban como flechas. Me era difícil simular que no las estaba mirando…fue en el verano del  '91 y el hit de ese verano era Losing my religion de R.E.M sonaba a cada momento en la radio.

¿Qué mirás? Qué miras?, me decían

Yo seguí caminado haciéndome la sorda, haciéndome  que no las veía. Yo trataba de caminar más rápido y de echo lo hacía, las brujas me acosaban; una caminaba adelante mío como quitándome el tránsito, caminaba marcha atrás, y la otra corría alado mío , me decían cosas, se reían, sus caras frente a mi, les veía los dientes perfectamente blancos y alineados, no recuerdo que cosas decían, pero sonaban mal y amenazantes. Y cada vez que tenía que ir a comprar se repetía la historia. A veces me tiraban cascotitos. Una vez me frenaron cuando volvía del almacén, yo me la quedé mirándola sin saber qué hacer, Anastasia me empujo, yo caí sobre su amiga y luego rodé al piso, la otra nena se había arrodillado en el piso , detrás mío, con sus manos apoyadas en el piso, tipo perro, yo caí sobre ella y ahí rodé. Me asuste, me levante rápido y corrí, ellas corrieron detrás míos sacándome la lengua.

Por semanas estas conductas hacia mí se repitieron

Hasta que un día cualquiera, me invitaron a jugar.

Cuando llegaba a mi casa, tras la adrenalina de dos malditas que me corrían, yo llegaba con la hormona del miedo al tope, y encima tenía que lidiar con los enérgicos perros que había en la casa que me sentían el olor y querían masticarme con esos dientes filosos como serruchos, dos perros dóberman que mi tía, dueña de la casa tenia ahí para que custodiara la casa cuando no estaba habitada.

¿Cuál es el precio que debemos de pagar para hacer aceptados, queridos, integrados, respetados?. 

Yo no podía contárselo a mi madre, porque no había lugar para mis historias, seguramente nunca me hubiese creído.

Después de un tiempo que ya éramos amigas las tres.

Justo nos volvimos a mudar otra vez a la casa anterior.

 

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