lunes, 1 de junio de 2020

Convocatoria fotos de baúl.Segunda vuelta. Amores prohibidos por Ramiro Padilla Atondo



Justo hace unos momentos recordé la última imagen que tengo de ti. Estás sentada en el viejo sofá mientras tejes una bufanda. Así pasaste los últimos años. Entre el desasosiego y la soledad. Mi madre me había pedido que te visitara, porque decía que solo a mí y a ella nos tolerabas. Al principio no entendía, porque cuando se es joven, la vida es una sucesión de rápidos acontecimientos. Todo sucede en un abrir y cerrar los ojos, los días se difuminan de a poco  entre los deberes estudiantiles y las presiones por convertirte en alguien, en algo. No sé. Yo solo seguía la senda que todos seguían porque así debía ser. Somos seres fragmentados intentando reconstruir los pedazos de lo que creemos que somos, objetos, no sujetos de un destino que tiene una ruta perfectamente marcada. Esto se espera de ti. No debes apartarte de ello. Pero quizá, esa rapidez con lo que todo sucede, impida que nos conozcamos bien. Incluso, y lo veo ahora, nunca terminé de conocer a mi ex esposa. A pesar de  la forzosa convivencia diaria, allí en el interior de nosotros existe algo que nos impide mostrarnos con toda la fuerza de nuestro ser. Temor a ser lastimado le dirán algunos. Yo lo pienso ahora después de ver tu foto. Ambas, tú y Cecilia, habían llegado a niveles de intimidad que solo se establecen entre un recién nacido y su madre. Ambas desafían la cámara, y tu mano sobre su hombro denota esa pertenencia que, para  el ojo poco educado es un detalle nimio. Bueno, no quiero mentir tampoco. He visto en algunas ocasiones esa misma foto y me pareció al principio, como a todos, una simple foto. Pero estas revelan siempre algo más. Las fotos no son simples espacios en blanco y negro. Ahora en la modernidad hay grandes estudios, grandes fotógrafos que captan la esencia de un momento, de una actitud. Eso lo puedo decir porque ambas miran a la cámara con un gesto de dureza. Quizá Cecilia se mire un poco más aprehensiva porque tú sabías quien eras desde una edad temprana. Ella lo fue descubriendo después de un matrimonio desgraciado. Siempre se piensa que los matrimonios desgraciados lo son por una causa central que suele ser la violencia. Cecilia y su marido supieron de inmediato al salir de la iglesia que lo suyo había sido un error colosal. Y no se llevaban mal. Eso lo sabía mi madre al contarme la historia. Era simplemente que no eran el uno para el otro. Había un abismo sideral contenido en el pequeño espacio de las sábanas. Él era un bueno tipo. Un poco pasado de peso pero bonachón, pero no por ello ajeno a los códigos de la época. Lo pienso bien. Ahí vamos navegando por la cuadradez de nuestras sociedades, donde hay un instructivo que explica de qué manera se debe de amar, como se debe de amar, y con qué sexo debes disfrutar. Mi madre siempre me dijo que eras poco femenina. Yo que soy un cincuentón trasnochado no entiendo mucho  las implicaciones de esa palabra. No sé si sea una condena o una definición, o bajo qué criterios estéticos se define la femeneidad, o si solo está constreñida al uso de tacones. Lo que sí sé es que ustedes encontraron su refugio contra el mundo construyendo esa intimidad que muchos soñaríamos con tener. Verlas interactuar era presenciar una suerte de vals sin música. Ambas entregadas la una a la otra, adivinándose pensamientos y movimientos. Ambas, sabedoras que eran dos contra un mundo que contemplaba con extrañeza a una divorciada y una solterona hacer cosas juntas todo el tiempo, construir un patrimonio, levantarse renovadas cada mañana a justificar su presencia en este mundo por medio de la palabra amor. Amor incondicional. Por supuesto al principio el divorcio fue un escándalo. Incluso el tipo negó a la hija que tuvieron y desapareció. Todo fue muy extraño. Hay otras fotos en el baúl que dejaste que mueven un poco a la risa como la del matrimonio cuyo pasatiempo favorito era traer hijos al mundo. Conté doce en progresión. O la de las mujeres que no identifiqué que fuman de manera escandalosa. Pero esta foto, es la única de ustedes dos y sucede justo después de que la madre de Cecilia se aparece por tu casa a reclamarte. La pobre señora lloraba a mares. Te reclamaba haber apartado a su hija del camino de Dios para satisfacer apetitos inconfesables. Mi madre dice que soportaste el reclamo estoica, de pie, mientras Cecilia lloraba desconsolada. Sabía que era la última vez que miraría a su familia porque para ellos, la vergüenza de cargar con ese lastre ameritaba la expulsión del clan. Por eso te convertiste en su todo. La amaste sin límites ni ataduras. Y cuando falleció te fuiste apagando de a poco. Esa luz que de ti irradiaba fue menguando, consciente de que la mitad de tu ser se había extinguido con su muerte. No había nada parecido a una serena resignación. Solo el hoyo que se te abrió en el pecho  por donde empezó a escapar tu fuerza vital. Yo nunca tuve un amor de esos. Te lo digo hoy con sana envidia. Un amor capaz de cortar el aliento, un amor atrapado entre las alas del deseo, un amor por ser para el ser amado. Justo ahora que se cumple un mes de tu muerte, aquí, sentado en tu sala, recorro las paredes que guardan recuerdos vívidos, de colores. Porque ustedes se negaron a vivir una vida en blanco y negro. Decidieron contra todo y contra todos cuál era su felicidad. Se construyeron un mundo a su medida donde solo cabían ustedes. Mi madre llora un poco mientras acomoda las cartas furtivas que se enviaban cuando supieron que estaban enamoradas. No las juzgó. Simplemente me dijo que fue extraño crecer con dos mamás, y que a pesar de las burlas en la escuela siempre fue feliz. No recuerdo un gesto de cariño hacia mí. Quizá nunca te nació o simplemente, no sabías bien a bien como expresarte. En fin. Hoy hablé con el restaurador. Esa foto la colgaré en la sala.

Ramiro Padilla Atondo, Obrero de la construcción, Ensenada, Baja California México


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