Revolviendo
la caja de las fotos que me dejaron mis hermanos después de desarmar la casa de
nuestros padres, encuentro esta foto de nuestras tías, las hermanas de mamá.
Cuánta
sombra en los ojos de dos hermanas cuyo amor no alcanzó para sostenerlas unidas.
No era una opción quedarse o irse. Las atravesó un mandato que más que materno
era social.
Ella
era la mas chica. Supuestamente, era la que tenia mas oportunidades. A la que
el tiempo le jugaba a favor.
Lo
había conocido en la playa. Aquel domingo de caminata familiar de un pueblo a
otro, cuando para los pobres no existían espacios recreativos ni lugares de
esparcimiento. Vivían en un paraíso pero el hambre y la pobreza lo habían
desprovisto de esos encantos que sólo asoman después de haber cubierto las
necesidades básicas.
Kilómetros
de caminatas donde la distracción era descubrir las flores silvestres y esas
plantas medicinales que cosechaban para tisanas. Caminatas de risas e
historias.
En la
playa corriendo por la orilla de un mar transparente, de repente aparece él.
Alto, simpático, con una sonrisa de aspecto imborrable.
La
hermana se había metido al mar y a ella la playa se le había vuelto infinita,
hasta que su vista se cruzó con la de él.
Y de
pronto hablaban como si se conocieran de siempre. Un “siempre” tan pobre de
experiencias! Entre risas y palabras que alimentaban una infinidad de
coincidencias nació este encuentro, que resultó ser bisagra en la vida de esas
hermanas.
Meses
de reconstruir aquel domingo entre sueños, mientras se repetian encuentros
secretos y furtivos.
La
única que supo de esta relación era su hermana mayor. Le costaba cubrir esa
relación ante el resto de la familia. Confiaba que pronto saldría a la luz y
que sus padres aceptarían la relación y podrían compartir una nueva normalidad.
Nunca imaginó que nada de eso ocurriría.
Algunos
meses después, una mañana, cuando fue
a despertarla, ella le pidió que fueran
a aquella playa juntas. Él las esperaba. Tomó aquella fotografía. Y es allí donde se despiden. Ya no volverían juntas esa
tarde a la casa paterna. Las hermanas se iban a separar. Lo que no sabían era
que iba a ser para siempre.
La mano de la hermana mayor quería retenerla. Pedirle que no la deje, que temía por ella. Las palabras quedaron en aquella playa vacía.
Se fue
porque no quería ser la deshonra de la familia. Se fue tras un amor que no
podía darle un matrimonio que blanqueara esa relación que los unía.
Se fue
para que el misterio de su desaparición los salvara de la vergúenza que
representaba una madre soltera en su familia.
Se fue
porque nadie hubiese acompañado su decisión de traer una nueva vida a ese mundo
tan difícil: ella era la hija menor y debía esperar que sus padres eligieran
alguien con quien “desposarse”. Que eligieran por ella quién sería el dueño de
su cuerpo y de su destino. Pero su alma había elegido antes que los demás
decidieran por ella.Ya no había vuelta atrás.
La
foto inmortalizó la bifurcación de sus caminos. Ese destino que una fuerza
interior había dividido mucho antes.
Norma B. Barreiro Paraje El Durazno de Calamuchita, Pcia. De Córdoba
Felicitaciones hermoso relato.
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