Esta
mañana me encontré mirándome al espejo y viendo el reflejo de mí madre en mí. ¡Cómo
no recordarla! Hermosa persona, por fuera y por dentro.
Sus
cabellos, a veces lacios o con esos rulos que forzados mostraban una moda del
momento. Su color de cabello ya mostraba ese matiz de plata. Su sonrisa, ¡la
más hermosa y dulce que haya visto! Con su hoyuelo en la barbilla, y sus ojos
marrones café con una mirada profunda
que se mostraba su alma.
¿Cómo
olvidarla? Si estás tan presente en mí. Hoy
reconozco que la extraño, aunque muchos años me llevo entenderla. Hoy la
recuerdo, ¿cómo? Trabajando, si, ¡trabajando siempre!
¿Por
qué? Por nosotros, por ella, por su familia. La recuerdo lavando la ropa, en el
lavadero, su cuarto preferido. Pero no con esa sensación de obligación, la
recuerdo a ella lavando para tapar sus
penas. Cocinando tortas, ¡las más ricas tortas! Haciendo todo eso con amor porque
eso la hacía feliz.
Y renegando,
sí, ¡renegando mucho! ¡Eso también lo hacía bien! Y hoy tomando distancia y
viendo de lejos, puedo ver su cansancio, el mismo que a veces yo siento. Puedo
ver su tristeza, esa que se siente al estar lejos de la familia. Puedo sentir su
amor por sus hijos, ese amor que sobrepasa toda frontera.
Y también puedo sentir la tristeza, si, ¡la
tristeza de un hijo lejos de casa!, porque ese hijo tomó la decisión de
marcharse del lugar que sus padres habían elegido; para encontrar su lugar en el mundo para él y su
familia.
¿Pero
cómo no sentir? Esa necesidad de un abrazo, de un beso, de una caricia. Pero a
pesar de todos estos sentimientos encontrados poder estar más cerca que nunca.
Porque esa distancia no nos separó, nos unió aún más.
Fueron
tiempos hermosos de largas charlas! Y otras veces solo un ¡Hola! ¿Cómo estás? Y
saber que estaba ahí, para mí. Las distancias no siempre nos separan. Al
contrario a veces nos acerca más.
Muchas
veces por estar cerca y saber que esa persona está, no la llamamos, no la
visitamos, no nos acordamos. Hasta que un día, no muy lejano, porque los días
vuelan, las horas nos corren y los minutos se esfuman de nuestras manos. Nos
encontramos con esa noticia, ¡esa que no esperábamos, esa que hace que el mundo
se pare! Sí, porque ese mundo que giraba a una velocidad inimaginable, se
detiene.
Y ahí uno comienza a pensar, a recordar, a
culparse muchas veces por esas cosas que no hizo, que no dijo. Pero a veces es
tarde, demasiado tarde. Y pesa, pesa mucho en el corazón, tanto que se parte en
dos por el dolor, del saber que no tiene vuelta atrás, que ya es tarde. Tarde para
un abrazo, una caricia, un te amo, un ¡te necesito!
Pero
el tiempo retoma su curso, la vida sigue, y aunque el dolor sea muy grande, ese
dolor comienza a sanar. Las memorias de todo lo bueno comienzan a surgir y cada
día que pasa una nueva oportunidad aparece en nuestras vidas. La oportunidad de
despertar cada mañana y comenzar ese nuevo día dando gracias por todo lo bueno
que aún tenemos, y tener la posibilidad de aprovechar al máximo esa
oportunidad.
La
oportunidad que te da un nuevo día de poder hacer ese llamado, la de juntarse
en un café o simplemente la de poder decir te amo, te necesito, ¡te extraño! Y
cuando puedes levantarte y verte en ese espejo que no solo refleja tu cara,
sino también tu alma. Poder ver esa persona que pasó por tu vida y no fue
porque si, paso para dejar una huella, una enseñanza, una sonrisa, un llanto,
pero pasó. Y dejo algo importante momentos vividos buenos o malos pero momentos
al fin.
Y
hoy te recuerdo mamá, y si, te encuentro en ese espejo, en mis ojos, en mí
sonrisa, en mí forma de ser, en mí. Te honro y no te olvido, porque cuando te olvide
es cuando desapareces. Y eso no puede ocurrir. Los que ya no están, si en
nosotros permanecen vuelven a estar con nosotros por un momento más.
En
memoria de mi madre Anita Petrona
Cecilia Eloísa Cardinali
Peluquera-Santa Rosa de
Calamuchita-Córdoba-Argentina
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