miércoles, 24 de junio de 2020

Convocatoria fotos de baúl, segunda vuelta. Mi madre y Yo por Cecilia Eloísa Cardinali




Esta mañana me encontré mirándome al espejo y viendo el reflejo de mí madre en mí. ¡Cómo no recordarla! Hermosa persona, por fuera y por dentro.
Sus cabellos, a veces lacios o con esos rulos que forzados mostraban una moda del momento. Su color de cabello ya mostraba ese matiz de plata. Su sonrisa, ¡la más hermosa y dulce que haya visto! Con su hoyuelo en la barbilla, y sus ojos marrones café  con una mirada profunda que se mostraba su alma.
¿Cómo olvidarla?  Si estás tan presente en mí. Hoy reconozco que la extraño, aunque muchos años me llevo entenderla. Hoy la recuerdo, ¿cómo? Trabajando, si, ¡trabajando siempre!
¿Por qué? Por nosotros, por ella, por su familia. La recuerdo lavando la ropa, en el lavadero, su cuarto preferido. Pero no con esa sensación de obligación, la recuerdo a ella  lavando para tapar sus penas. Cocinando tortas, ¡las más ricas tortas! Haciendo todo eso con amor porque eso la hacía feliz.
Y renegando, sí, ¡renegando mucho! ¡Eso también lo hacía bien! Y hoy tomando distancia y viendo de lejos, puedo ver su cansancio, el mismo que a veces yo siento. Puedo ver su tristeza, esa que se siente al estar lejos de la familia. Puedo sentir su amor por sus hijos, ese amor que sobrepasa toda frontera.
 Y  también puedo sentir la tristeza, si, ¡la tristeza de un hijo lejos de casa!, porque ese hijo tomó la decisión de marcharse del lugar que sus padres habían elegido;  para encontrar su lugar en el mundo para él y su familia.
¿Pero cómo no sentir? Esa necesidad de un abrazo, de un beso, de una caricia. Pero a pesar de todos estos sentimientos encontrados poder estar más cerca que nunca. Porque esa distancia no nos separó, nos unió aún más.
Fueron tiempos hermosos de largas charlas! Y otras veces solo un ¡Hola! ¿Cómo estás? Y saber que estaba ahí, para mí. Las distancias no siempre nos separan. Al contrario a veces nos acerca más.
Muchas veces por estar cerca y saber que esa persona está, no la llamamos, no la visitamos, no nos acordamos. Hasta que un día, no muy lejano, porque los días vuelan, las horas nos corren y los minutos se esfuman de nuestras manos. Nos encontramos con esa noticia, ¡esa que no esperábamos, esa que hace que el mundo se pare! Sí, porque ese mundo que giraba a una velocidad inimaginable, se detiene.
 Y ahí uno comienza a pensar, a recordar, a culparse muchas veces por esas cosas que no hizo, que no dijo. Pero a veces es tarde, demasiado tarde. Y pesa, pesa mucho en el corazón, tanto que se parte en dos por el dolor, del saber que no tiene vuelta atrás, que ya es tarde. Tarde para un abrazo, una caricia, un te amo, un ¡te necesito!
Pero el tiempo retoma su curso, la vida sigue, y aunque el dolor sea muy grande, ese dolor comienza a sanar. Las memorias de todo lo bueno comienzan a surgir y cada día que pasa una nueva oportunidad aparece en nuestras vidas. La oportunidad de despertar cada mañana y comenzar ese nuevo día dando gracias por todo lo bueno que aún tenemos, y tener la posibilidad de aprovechar al máximo esa oportunidad.
La oportunidad que te da un nuevo día de poder hacer ese llamado, la de juntarse en un café o simplemente la de poder decir te amo, te necesito, ¡te extraño! Y cuando puedes levantarte y verte en ese espejo que no solo refleja tu cara, sino también tu alma. Poder ver esa persona que pasó por tu vida y no fue porque si, paso para dejar una huella, una enseñanza, una sonrisa, un llanto, pero pasó. Y dejo algo importante momentos vividos buenos o malos pero momentos al fin.
Y hoy te recuerdo mamá, y si, te encuentro en ese espejo, en mis ojos, en mí sonrisa, en mí forma de ser, en mí. Te honro y no te olvido, porque cuando te olvide es cuando desapareces. Y eso no puede ocurrir. Los que ya no están, si en nosotros permanecen vuelven a estar con nosotros por un momento más.

En memoria de mi madre Anita Petrona

Cecilia Eloísa Cardinali
Peluquera-Santa Rosa de Calamuchita-Córdoba-Argentina

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