Por
esas cosas de la vida que aún con mis ochenta y pico de años no logro entender,
mi nieta, me cebó un mate y me dijo: "Escuchá abuela la canción que estoy
aprendiendo en mis clases de francés". Ante esto, me saco los anteojos y
dejo de mirar mí tejido.
La
dulce melodía comienza a sonar y siento como la melodía hace retroceder las
agujas del reloj.
“Des yeux qui font baisser les miens
Un rire qui se perd sur sa bouche
Voilà le portrait sans retouches
De l'homme auquel j'appartiens”
La
vida me hizo ser una mujer que no demuestra lo que siente, pero esa canción de
Edith Piaf, me llevó a mis veinticinco años, cuando me estaba preparando para
ver al gran amor de mi vida, ese hombre alto y apuesto que me fotografiaba con
su impecable traje de alta costura y me hacía romper con todos los estereotipos
de la época, los paradigmas sobre ser mujer y también, hacer que mis padres
pegaran el grito en el cielo. Hice una mueca que hizo reír a mí nieta. A veces
siento que me observa como queriendo descifrar.
“Je
vois la vie en rose”, y así es, Francisco me hizo conocer la paleta de colores
de la vida a través de su cámara. La canción avanza y vuelvo a tener
veinticinco años, mis cabellos rubios caían sobre mi hombro, el espejo me
devolvió mí reflejo y quedé conforme con cómo habían quedado mis rulos, parecía
una actriz francesa. Elegí unos cancan negros y use mi tacones favoritos negros
también. El toque final, fue el tapado blanco de piel que sobre la mía, lo
sentía como su abrazo.
Il est entré dans mon cœur
Une part de bonheur
Dont je connais la cause
C'est lui pour moi, moi pour lui dans
la vie
Tarareo
la letra, mi nieta se sorprende al ver que sé la canción y me pregunta: “¿Te la
sabes?” y ahí sí, las lágrimas caen sobre mi rostro, ya no las puedo disimular
y la emoción tampoco me deja hablar, por lo que me levanto, con mi paso que
evidentemente no es el de ese día que recuerdo, pero si con el paso de los años
vividos y amados; uno camina con sus palabras dichas y no dichas, con las
personas amadas y con los sueños por cumplir y los ya cumplidos.
Bajo
mí cama tengo una caja con muchas fotos, mí nieta me sigue curiosa quizá
viviendo en otras palabras lo mismo que viví yo pero que nunca le pude contar,
por eso, decidí que está historia trascendiera mí propia memoria.
Entre
las fotos, y los recuerdos, encuentro esa que es tan especial.
Y
ahí estaba yo, llena de vida, hambrienta de vivir, de comenzar a hacerlo,
porque había comprendido en sus brazos, en sus palabras, en la forma que me
abrazaba y me besaba la importancia de vivir, pero con la fuerza y la valentía
que requería para hacerlo y llegar a esta edad con mil historias por contar.
Y
gracias a esa valentía que decidí tomar fue que Francisco se convirtió en el
abuelo de Tiziana, aunque quizá no debería contarle, mí hija nunca quiso ni
siquiera escuchar a su madre.
-Mirá,
Tizi, te voy a contar un secreto de abuela a nieta. Vos sabes que el papá de tu
mamá no es el abuelo Coco: ésta foto es de tu abuelo Francisco, fue el gran
amor de mí vida. En mí época se escuchaba mucho Edith Piaf y ese día que me
sacó esta foto, yo le dediqué esa canción.
Mí
nieta es muy sensible, capaz llora las lágrimas que no he podido llorar yo ese
día que me separaron completamente de él y no pude hacer nada más que fingir.
Fingir
porque no elegí decidir , fingir esos precios que tuve que pagar por no hacerlo
y sonreír por la vida que me hubiera gustado vivir.
Cuando
hoy miro hacia atrás de lo único que puedo arrepentirme es no haber vivido sin
miedo al que dirán, de no haber corrido en libertad hacía sus brazos. Por eso,
decido contarle a mí nieta el secreto de la vida, al menos de mí vida, mí mayor
enseñanza y eso que fui maestra toda mí vida y es la de vivir en profundidad,
aprender cada día, amar y amarse así tal cual somos incondicionalmente. Y lo
más importante, siempre apostar por uno mismo, por tus sueños, tus amores, que
nadie decida sobre tu vida, para cuando estés al atardecer de la tuya, como
dice San Juan de La Cruz, al juzgarte por el amor, salgas victoriosa.
Heureux, heureux à en mourir…
Me
acosté en mi cama con la fotografía en mí pecho, cerré los ojos y ahí estaba.
Diciéndome palabras al oído y listo para bailar un vals.
Luciana Bornand
periodista
Santa Rosa de
Calamuchita
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