No era
una chica frágil. Se nota. Y sabía divertirse. Le interesaba el dinero, la
ropa, el confort. Conocía la noche, los bares, los lugares a los que había que
ir. Los hombres le habían enseñado todo lo que la escuela y la familia no
podían o no querían enseñarle. Su padre era adúltero. Se sentía culpable.
Cuando ella creció lo perdonó. Lograda la experiencia, reunirla le llevó apenas
unos tres años de vida intensa, comprendió que tener 27 años no era lo mismo
que tener 30. Eso fue importante. ¿Qué hacer? Podía seguir así un poco más. El
tiempo es tu frente más débil. Pero se tenía fe para llegar hasta una isla,
hasta un refugio, y divertirse en el intento. Pero estoy seguro que se enamoró.
Se enamoró y le pasó a lo que les pasa a las mujeres que se enamoran, se
descolocan, perdió pie. Se sintió viva sin administración, sin horarios, con y
sin maquillaje. Vivió para un hombre en vez de vivir a través de muchos. Fue
feliz y después estuvo triste. Y luego ya no sé. Le pasó, digamos, lo que le
pasa a casi todas las mujeres del mundo, pero a ella le pasó de noche, con
autos, con pieles, con viajes. Con muchos tragos en la barra de bares
centrales, de bares de ciudades capitales. No creo que haya conocido Nueva
York. Pero en algún momento de su vida comprendió que no necesitaba ir tan
lejos para estar más cerca de lo que la hacía sentir viva.
Juan Terranova, escritor periodista. Buenos Aires.
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