"A Norma Jean"
Desde el momento del parto tuvo una estrecha
relación con la muerte. Se le había enrollado el cordón umbilical en el cuello
y apareció a la vida moribunda, casi asfixiada. La comadrona dijo que se había
salvado de milagro, y la madre supo enseguida que el nombre de la niña
sobreviviente debía ser Vida, y llevaría su apellido de soltera, Chancay. El
padre, un marinero alemán que había acertado a recalar unos días en el puerto
de Ilo, nunca se enteró de que había engendrado una criatura. A los quince años
se fue de su casa, huyendo de la pobreza. Se escapó con el volatinero del Circo
Hermanos Lovandi, un flaco moreno y correoso diez años mayor que ella, que a
los treinta días murió desnucado a causa de una mala caída. Ella siguió con el
circo hasta que llegaron a Lima. Allí conoció, en el sentido bíblico, a un
locutor de la incipiente televisión de Perú, por cuyos buenos oficios consiguió
unos trabajitos como extra en la telenovela La Bodega de la Esquina. No pudo
progresar en su carrera televisiva, por los celos furibundos y trágicos que
provocó en la primera actriz, cuando la descubrió con su amante, el productor
ejecutivo, en situación más que comprometida. El hombre, un gordo entrado en
años, resultó muerto en el acto por tres tiros en el pecho, y ella alcanzó a
escapar por la ventana, desnuda y con un balazo en la oreja, la que cubriría,
el resto de su vida, con su espesa cabellera rubia. Luego sobrevienen algunos
años oscuros, en los que se le pierde el rastro. Hay quien dice que intervino
en algunas películas desafortunadas de clase B, y otros que aseguran su
participación muy activa en orgías desenfrenadas y en gran cantidad de
producciones pornográficas. Se dice que en una de ellas, su compañero ocasional
habría fallecido en sus brazos, víctima de una complicación en un ataque de
priapismo. Lo cierto es que un día sus atribulados pasos la condujeron hacia la
ciudad de Dallas, en los Estados Unidos, junto a un ignoto camarógrafo, al que
abandonó a poco de llegar. Exigencias de una empresa productora de fotonovelas
la obligaron a cambiar su nombre por otro artístico, y los avatares de su vida
la inspiraron para elegir el de Angie Lamorte, el ángel de la muerte, bastante
atinado por cierto. A las dos de la tarde del 22 de noviembre de 1963, el
encargado del motel de cuarta categoría en que se hospedaba abrió la puerta de
la habitación con su llave maestra, a requerimiento de los huéspedes vecinos
que se quejaban del olor nauseabundo. Angie Lamorte, o Vidita Chancay, yacía de
costado, totalmente desnuda, sobre las sábanas revueltas. Su mano izquierda
descansaba sobre un vaso de whisky tumbado en el piso. Sobre la mesa de luz un
velador encendido iluminaba algunas tabletas de somníferos y el teléfono
descolgado. El Dallas Morning, al otro día, informaba apenas en tres líneas,
perdidas entre las crónicas policiales, la muerte, por aparente suicidio, de
una indocumentada peruana. El resto del periódico estaba ocupado por el
asesinato del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, al que le
habían incrustado una bala en el cerebro mientras se desplazaba junto a su
esposa, en la limusina presidencial, frente a la Plaza Dealey.
Alberto Rigamonti es artista plástico, escritor de Las Flores. Vive en Dolores, prov. de Buenos Aires
****
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe un comentario,gracias!