La llamaban Melodía, aunque todavía se
desconoce su verdadero nombre. La única foto que hay de ella nada parece
informar sobre algún tipo de mansa melodía… o sí, depende de qué le inspire a
cada uno.
Melodía era armonía por sus curvas, dicen. Melodía
tenía cuerdas, las más vibrantes cuerdas vocales de su época, y cómo se
extrañan. Melodía era una especie de sirena que encantaba con su voz y su
belleza dejando a los marinos del asfalto a su disposición, aunque para mí eso
es más mito que realidad. Sus actuaciones le merecieron el apodo de “la Sirena
de los cien bares limeños”.
Si me preguntan… y sino también, la foto cuenta
cosas que nunca nadie dijo de Melodía. Aquella mano apretando el tapado no era de
seda como las de aquellas jóvenes que nacen suaves, finas, con piel de
maquillaje para flashes. Su rostro alargado y el caudal de venas ramificándose hasta
sus dedos era el resultado del esfuerzo previo. Años de labrar y coser antes de
que se abran las puertas del primer bar. Pero nadie se fija en eso. Todos
miraban un poquito por encima de la mano. El pez tuvo que nadar contra la
corriente bastante tiempo para llegar a ser Sirena. Pero hay que aceptar que en
Melodía nunca fue importante lo que contaba sino lo que cantaba y mostraba
sobre el escenario.
Una vez leí un artículo del boletín del mítico
bar Negro-Negro que hacía referencia a esa mirada: “… su ojo izquierdo era la clave, apenas más grande que el derecho. O
en realidad era su ceja negra la que daba esa sensación. Tenía una ceja más
gruesa e imponente, resultando de dicha asimetría un carácter distintivo…”
No era la mujer más linda de todas pero a la
vez lo era. Era cuestión de conocerla, escucharla, verla levantar levemente su
ceja izquierda. Ella mandaba porque sabía mejor que nadie lo que quería. La
actitud en una sirena lo es todo. Primero cautiva con su voz y entonces
hace resaltar la belleza que hay detrás
puliendo las imperfecciones. Pero las sirenas son peligrosas por la dualidad de
su carácter… y vaya si lo tenía Melodía. Yo doy fe.
Se podía
vestir de lo que fuera, con muchas prendas o pocas pero siempre destacaba.
Podía ser elegante y avasallante a la vez. Le gustaba ser admirada, aunque ese
tiempo ya pasó. Tuvo a cuanto hombre quiso y por eso mismo no tuvo a ninguno.
Algunos dicen que su verdadero nombre era
Hortensia, otros dicen que se llamaba Rosa y otros que era Evangelina. Sólo yo
lo sé. Hoy cumplo 100 años, creo, y me encuentro con esta, la única foto que me
dejé tomar, el documento que agiganta o diluye el mito de Melodía, la sirena de
los cien bares limeños.
Mi mano y mis recuerdos vibran y son poco
estables, mi voz ya no vibra más. La Verdad
está muy cerca de viajar conmigo, aunque ni yo estoy tan segura de poder contar
una Verdad. Melodía es un poco de lo que todos contaron de mí y mucho menos
también. Soy la de la ceja izquierda gris que sobresale a las arrugas. En el vibrar
de mis pupilas, frente al espejo, repaso cien años en apenas cien segundos.
Fueron como cien hombres y ciento un fracasos, cien flashes y sólo una foto, la
que lo cuenta todo, la que no cuenta nada.
Dentro de poco no estaré más, ya estoy
cansada. Sólo quedará este testimonio, el que seguramente hablará de mi fascinación
por las pieles blancas, de mi predilección por los bucles, de mi mirada
asesina, de aquellas frases que nunca dije, las grandes amigas que nunca tuve y
aquellos hombres que fueron mis amantes y jamás conocí. Y bienvenido sea porque
volveré a captar la atención. En mi presencia se han inventado más de cien
historias, es hora de que se canten otras cien en mi ausencia.
Hasta
siempre,
Melodía
Benedicto De Bonis , escritor y dibujante. Buenos Aires
Benedicto De Bonis , escritor y dibujante. Buenos Aires