Fotografía Sandra Ávila |
Faltaban
dos semanas para Navidad
Le
envié un mensaje, lo invite a pasar las
Fiestas en casa, sin darle tiempo a una respuesta le seguí escribiendo, le envié
siete u ocho mensajes seguidos, le dije que
lo iba a agasajar, de lo mucho que
íbamos a charlar. Actué por impulso. Minuto más tarde me arrepentí y sentí que
me invadía una enorme tristeza. Me sentí la tonta más grande del mundo. Y, si,
me arrepentí. Me arrepentí de haberle escrito
a mi padre tantas veces y que él a secas solo haya respondido- “¡Bueno,
vemos”. No me había dado cuenta que le estaba rogando cariño ese cariño que en
más de tres décadas me fue negado vaya Dios a saber porque y su figura de padre
también, claro.
Recuerdo
todo aquello y me siento avergonzada por el ruego de afecto. Que hoy después de
más de cuatro años ya no le escribo, solo le respondo en ocasiones especiales
como felicitaciones y saludos de cumpleaños.
Como será que la fecha de su cumpleaños no la sé, está entre el 30 de
septiembre y el 28, todos estos años nunca, me he animado a preguntarle su
fecha. Es que si pregunto queda mal cómo un hijo no recuerda la fecha de su
padre, y si es errónea también queda mal. Entonces no pregunto y así con eso de
no pregunto porque desconozco sus reacciones, o a ver si se disgusta y le
afecta a la salud, o el esperar a estar a solas y que podamos explayarnos
tranquilos nunca ocurrió, digamos que se pasaron los años volando y acá estoy, acá
estoy haciendo memoria, rescatando lo instantes vividos
Cuando
era chica él me preguntaba ¿me querés mucho o poquito ?a lo que yo respondía
sin dudar – ¡mucho papi!
Al día
de hoy no hemos sabido construir una relación,
lazo padre e hija. Entre nosotros no hay simulacro. Renuncie a todo acto
futuro de ternura y afecto que pudiera haber. Y no es orgullo, deje-dejamos
pasar por alto treinta y cinco años de mi-su vida. Lo real es que me canse de
llorar y de sufrir por hechos que nunca
van a concretarse. Solo lo tengo en recuerdos. El es un gran zapatero y cuando
lo visitaba de pequeña lo iba a ver al taller
de compostura de zapatos: una pieza de
4 por 4 llena de máquinas, cueros y millones de zapatos por entregar y
otros tantos por terminar… y si hay algo impregnado en mi memoria es el olor a
cuero. Abría la puerta verde de madera y lo veía de espaldas, tic tic tic tic
se escuchaba como el martillo golpeaba la horma. Luego de observarlo por
minutos entraba sigilosamente y tomaba un puñado del resto de polvo de cuero
que se acumulaba en una de las maquinas, me gustaba esa sensación entre mis
dedos. Mi papá se sentaba en un banco de madera, sostenía unos clavitos entre
sus labios y entre sus rodillas sostenía un calzado que reforzaba el pegado con
clavos, yo no le hablaba porque temía que al darle charla y la exigencia de
tener que responderme se tragase los clavos y se que perforaran las tripas. Hoy
me gustaría detener el tiempo atrás y contarle sobre mi y como me va en la escuela.
En ese momento no supe qué decirle ni de qué hablarle, pero me gustaba sentarse
a su lado y verlo trabajar. Qué tal si solo por un momento este anhelo se
hiciese realidad, me siento a su lado y le digo: papá, ¿tomas un mate? y se lo
alcanzo.
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