La verdad es que Juan y yo somos como hermanos, ya no hay amor entre
nosotros. Pero no puedo dejarlo. Todas las mañanas pienso: hoy será diferente,
y es que hemos entrado en una monotonía que no hay nada que modifique esta
relación. Estimulados por un canal codificado del
cable en el que estamos enganchados alguna que otra vez tenemos sexo, somos dos
seres primates convertidos en bestias con la única finalidad de saciar una de
las funciones primarias, otras veces desbordados por el apego nos abrazamos,
nos dormimos.
Juan no aparece; es como si la tierra se lo hubiese tragado, está
prófugo. La policía lo está buscando hasta debajo de las piedras, lo quieren
vivo, le cabe unos cuantos años en el penal.
Intento rearmar cronológicamente la
escena en mi cabeza de lo que fue el antes y el después, es un rompecabezas
difícil de ejecutar. De lo que no me caben dudas es que aquella mañana fui al
cajero, retiré los únicos $400 que servirían para subsistir un tiempo
más,
precisamente un día más. Juan tenía planeado reunirse con sus amigos a la
noche. Fue por eso que empezó la discusión. Yo había guardado la plata en el
bolsillo de mi jeans. Sin éxito intentó robarme lo que
no quise darle por las buenas. Yo tengo más fuerza que él.
Nosotros siempre batallábamos por plata y yo quería ir al híper a comprar un
par de víveres que estaba necesitando. Y él quería ir a comprar cervezas y
enfureció.
Andrea mi hermana me contó que fueron
los vecinos quienes llamaron a la ambulancia pero todos sabemos que acá las
ambulancias no entran ni por asomo, así que como bolsa de papa me cargaron en
el Falcón directo al hospital Paroissien con la cara desfigurada, media desmayada
y media drogada. De no ser por lo que ellos relatan de lo sucedido es poco lo que puedo recordar.
Estaba fuera de sí, me atacó en el
piso; eso ya no es amor, Sandra, pensé. La
psicóloga de la salita me está ayudando a superar esta confusa etapa. No hay
nada más que poco buenos tratos, será que somos dos enfermos en un enlace
tóxico.
Desperté en un cuarto de hospital. El
Dr. Butti me interrogó y escribió un par de
anotaciones en una planilla, “perdiste un embarazo de dieciséis semanas”, me
dijo y antes de que me diera la noticia observé
la expresión en su cara. Corrió un frío por todo mi cuerpo, me invadió una
angustia. Nunca me di cuenta de que estaba
embarazada porque mi periodo era tan perfecto como un eclipse de primavera.
Andrea me cuestiona, me pregunta
sobre ese martes, sobre aquella tarde en que dejé mi casa por
enésima vez para irme a lo de mamá. Que Juan y yo discutimos no es
ninguna novedad, y esa era una pelea más como otras tantas; que en definitiva no eran más que
eso, discusiones, gritos y portazos.
Intento una vez más rearmar lo
sucedido: llegué a la casa de mi mamá; entré directo acostarme; ingerí un par de Doxilaminas que
tenía en mi mochila; ocasionalmente usaba esa
droga para no escuchar a nadie, “era perderme y entrar en otra sincronización, era
como poner a todos en mudo y al mismo tiempo en pausa y escapar... aunque sea
por un par de horas.
Entré
en un sueño tan profundo que cuando desperté sentí un leve golpe de puño en mi
cara, ya en el suelo Juan me voló los dientes de una trompada, entre patadas y
golpes estaba remisa, sentí el gusto metálico en mi boca, al instante me vi
regada en un mar de sangre, me asusté. No pude reaccionar ni defenderme, el efecto de los
estupefacientes me dejaron en un estado de total vulnerabilidad. Ahora pienso,
reflexiono sobre lo ocurrido, en otra circunstancia hubiese intentado atacarlo,
defenderme lo contrario: correr como otras veces.La noche que
discutí con Juan me fui enojada, harta de todo. Me fui con lo puesto, sabiendo que volvería a buscar ropa, volvería porque esa
era mi casa. Juan era un buen espécimen pero el alcohol le está devorando esa
esencia que lo convertía en un ser especial.
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