La
conocí mientras esperaba a que un amigo
bajara de su departamento a abrirme. Era
tipo doce y media de la noche, yo fumaba un cigarrillo, la vi pasar como también vi pasar a mucha
gente en aquella espera. Caminaba frente a mi, cuando de repente se agachó hacia el suelo, llevaba
unos zapatos no tan altos y al parecer
uno de ellos se le había desatado. Mientras lo prendía pasó un señor mayor, que le dijo algo. No alcanzo a oír lo
que este hombre se atrevió a verbalizar, porque
lo dijo por lo bajo, pero si
pude escuchar la respuesta de ella.
-¡Callate viejo asqueroso!-. Le gritó mientras alzaba la cabeza.
El atrevido siguió sin hacerse problema, con un paso medio lento como si la mismísima vejez lo llevara de la mano. La chica me ve, se ríe y se me acerca.
- Perdón, es que es la primera vez que salgo con la espalda descubierta y estoy como a la defensiva -
-Te
entiendo -
Ella
se ríe y enseguida se presenta, me cuenta que se llama Miranda. Le dije que
me parecía un lindo nombre y me lo agradeció con una enorme sonrisa . Fue una sensación tan rara
porque nos mirabamos y nos tratábamos como si nos conociéramos de toda
la vida. ¿Alguna vez les pasó que sintieron tanta confianza con una persona
desconocida?. Esa noche nos comunicamos
desde la misma inocencia. Como los niños que ante la soledad y el aburrimiento no hay un ego los vuelva mezquinos,
tampoco aparece la timidez que los
silencia, ni siquiera el miedo o la desconfianza que nosotros los adultos
solemos cargar. Así como una niña, ella me invitó a jugar. Me contó que estaban
por ir a una fiesta que se hacía en el departamento de una de sus amigas y me preguntó si quería
ir.
Ni
lo pensé y encaramos juntos mientras se escuchaban nuestras risas. Me contó que venía de una ciudad del sur que
era tan conservador, que se fué y eligió venir a estudiar teatro a Córdoba,
sin mucha aprobación de su madre.
Su
familia era muy tradicional aunque al parecer la libertad era algo que se
terminaba respetando, quizás eso la hacía tan distinta con ese aire rebelde que
siempre la acompañaba. Una vez me mostró una foto que le robó a su abuela, en la que estaban
sus padres saliendo de la iglesia cuando se casaron. Miranda adoraba a su papá
y pude notar que tenían el mismo rostro y esa
elegancia natural que sin dudas era hereditaria. Su madre en cambio transmitía dulzura y
pasividad. No tenía hermanos.
Quiero
contar que desde la noche que la conocí pasabamos mucho tiempo juntos. Hablábamos por teléfono por horas y muchas veces me invitaba a ver alguna obra en la que ella actuaba, otras veces simplemente, nos reuníamos a tomar
mates mientras me contaba sobre algún nuevo amor.
Hasta
que en su vida apareció él. Un hombre diez años
mayor que ella, alto cabello entre cano que trabajaba en un banco de
Buenos Aires.
La
conoció en una fiesta en Carlos Paz y quedo embobado. Su nombre era Alfonso, a
mi no me caía muy bien el sujeto. Porque eran muy distintos, el agua y el
aceite. Ella era luz, color, en cualquier habitación que estaba siempre la
rodeaba gente. Realmente quería estar a su lado. El era sumamente aburrido, solo hablaba de
dinero y no tenía mucho humor.
Pero
se fueron a vivir a Buenos Aires juntos. Aun recuerdo lo contenta que mi
amiga estaba, un día me llamó para
contarme que fueron a ver una obra que se llamaba Las mariposas son libres que
dirigía José Cibrián y en la cual debutó como actriz Susana Giménez. Supimos
ver esa película juntos y nos encantaba.
Pasó
el tiempo se casaron y ahí las cosa comenzaron a cambiar entre ellos. Los celos mezquinos salieron a la luz.
Alfonso
no quería que ella actúe y le prohibió seguir con el teatro, también le exigía un hijo que ella no se lo podía
dar. Eso la mortifico muchísimo.
Con
el tiempo se volvió una ama de casa apagada enjaulada en un castillo que ella
supo elegir. Sumemosle también que aquel
macho celoso era un mujeriego que lo
ocultaba muy bien bajo su cara insulsa .
Quizás
Miranda en el fondo quería la familia que ella supo tener y por eso se engañó, no lo sé. Lo que sí sé,
es que nunca voy a olvidar ese llamado en el que me contaban Miranda, que había decidido acabar con tu vida. Algo en mí se quebró, mi concepción de la
felicidad se volvió otra. Nunca volví a ver la vida con los mismos ojos y
maldije cada segundo en el que no puede estar
acompañándote.
Entre cosas viejas buscando tu recuerdo encontré fotos y un viejo señalador de libro que habías escrito Yo sólo pido ser libre, las mariposas son libres….nada ni nadie te describió tan bien.
Leandro
Blas, Estudiante Comunicación Social - La Calera Cba
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