Y los recreos eran
llenos de risas y un árbol gomero que se estaba haciendo grande y nos atajaba
el sol de noviembre. Me gustaba correr para ir a buscar un atiza de color y los
registros. Las maestras con sus delantales entallados y blancos como las nubes.
Nadie se da cuenta, cuando somos niños la infancia se va a toda prisa.
Cada vez que volvía a la escuela de la calle Cnel. Vidal estaba Marisol, una nena que conocí en el jardín de infantes.
Su verdadero nombre era María de los Ángeles, pero todos le decían Marisol, una nena rubia que me miraba y se sonreía, tenía una sonrisa contagiosa, no recuerdo si fue exactamente el primer día o el segundo día, la conocí porque nos sentaron juntas. Ella tomaba el té hirviendo y eso me llamaba la atención.
Marysol y yo caminábamos juntas buena parte del camino para volver a nuestras casas. Había una quinta en subida con una entrada vistosa y portoncito blanco que parecía de película, de noche parecía una casa de película de terror, por muchos años esas cuadras fueron muy oscuras porque no venían cambiar los focos quemados, la rodeaba una bosque de eucaliptus. Allí nomas, donde terminaba el alambrado había algunos caballos pastando, solíamos cortar camino por allí.
¿Vos te acordás de tu mejor amiga de la escuela?
¿Cuánto hace qué no la ves?
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